Osvaldo tiene 70 años y es jubilado. Vive en La Floresta, un barrio
paranaense que se tornó cada día más peligroso por consecuencia del
narcotráfico. Él compra todos los días el centenario periódico impreso desde
que se casó y tuvo trabajo. Sabe que nunca leerá en él una nota sobre los
gurises inocentes que mueren en medio de balaceras, sobre los policías
involucrados en el negocio de la droga ni los robos que sufrió este mes Doña
Minga, la dueña del almacén de la esquina. En 45 años nunca ha leído algo
similar.
Su hábito de comprar todas las mañanas El Diario ya es sólo eso: un
hábito, una costumbre tan automática e indiscutida como tomar mate amargo
mientras lee. Porque asegura que ya no los usa para informarse. Él se informa
cuando hace mandados y charla con sus vecinos, al escuchar LT14 o ver el
noticiero mientras almuerza. El diario está en su vida por tradición y, según
dice, para ejercitar la lectura. Nada más, nada menos.
Al igual que Osvaldo, muchas personas leen diarios impresos por inercia.
Todos, en su mayoría, de 50 años de edad en adelante.
Es natural oír que determinado hecho es cierto porque salió en el
diario, en la radio o en la televisión. Los medios de comunicación masiva
fueron, desde sus inicios, fuentes de legitimación de un punto de vista
hegemónico. Sin importar el soporte, históricamente se les otorgó el poder de
hacer creíble cualquier cosa.
El Detalle que Construye o Destruye
Como la rutina de Osvaldo y la de cualquier ciudadano lector, oyente o
espectador; la información que nos dan los medios, se construye minuciosamente
a cada instante. De la misma manera, puede destruirse o en el mejor de los
casos, interrumpirse, por un suceso imprevisto o ignorado hasta el momento.
Para no dejar nada librado al azar, las empresas periodísticas –sí,
empresas desde que el lucro privado y el poder de los dueños se hicieron medio
y fin- acudieron a las mediciones de audiencias y ejemplares vendidos. Las
investigaciones para averiguar los gustos del público se hicieron más
evidentes. Y el público, hace ya cinco décadas, comenzó a desconfiar de la voz
que lo informa pero también le vende.
En nuestro país, tan hermoso como inestable, desde la última dictadura
militar, en 1976, y luego de haber sido engañados durante la Guerra de Malvinas
en el año 1982; el público no suele creer en lo que dicen los medios. Los
consumen mucho, pero no reproducen, sin reflexionar, la idea de verdad
absoluta.
Osvaldo tiene la certeza que miles de criaturas mueren a diario por
hambre o frío, y parte de ellas lo hacen en su barrio; no únicamente en un
remoto país sin agua potable, como aseguraron en el diario de ayer.
En coincidencia con el planteo de Florence Aubenas y Miguel Benasayag en
la introducción a La Fabricación de la Información: los Periodistas y la
Ideología de la Comunicación, el público desconfía de la prensa, en cualquiera de
sus soportes: “la primera plana de un diario no cambia verdaderamente el curso
de las cosas”. Si en la tapa del diario del domingo –el día con mayor tirada-
se muestra una estadística de pobreza o mortalidad infantil no hará que la
cifra disminuya ni que deje de haber muertes o hambre.
Tampoco en casos extremos la información dada por la prensa puede causar
un desastre nacional. Hay quienes creen que en diciembre de 2001 las sucesivas
tapas de Clarín generaron tanta presión popular en el entonces Presidente
Fernando De la Rúa, que decidió abandonar su cargo. “Es necesario constatar que
permitir ver una situación raramente provoca algo más que vagas protestas de
organismos internacionales o un puñado de peticiones”, afirman los autores.
De esta manera, en nuestro tiempo, pierde valor la idea que Maxwell
McCombs y Donald Shaw sostuvieron en ¿Qué agenda cumple la prensa? (1977),
donde plantearon que los medios masivos tienen el poder de decirnos en qué
pensar, a la vez que delimitan temas en la esfera pública y política. Las
causas pueden ser varias, pero convengamos lo siguiente: un diario es una
mercancía más, al igual que un programa en televisión o radio. En tanto tales,
deben comercializarse, por la simple razón de estar inserto en un sistema capitalista.
Quienes todos los días construyen el diario, con la realización de cada una de
las notas que lo integran, la diagramación y maquetación, la búsqueda de
auspiciantes, la corrección de estilo, entre otras tantas funciones; venden
su fuerza de trabajo a cambio de remuneración para poder cubrir el costo de sus
necesidades. Entonces, si el diario impreso, por ejemplo, no se vende, o se
vende cada vez menos; menor será el salario de cada uno de los trabajadores que
lo construyen.
Si Osvaldo se desprende de su hábito matutino, y en distintos hogares,
otras personas hacen lo mismo, ¿qué puede pasar con el diario? ¿Dejaría de
publicarse? ¿Se destruiría o cambiaría de forma para que sus lectores no lo
abandonen?
Los motivos para deshacerse de lo tradicional son tan múltiples como
subjetivos. Pero puede asegurarse que desde la llegada de la televisión -1951,
en Argentina- el valor simbólico de la prensa gráfica fue puesto en jaque, así
como su capacidad de marcar la agenda política, otorgar credibilidad e
informar. Esta situación se intensificó con el uso masivo de Internet, a partir
de la década de los 90.
Salir del Esquema
Tres elementos básicos que se pensaban de manera lineal: emisor,
mensaje y receptor. Entre ellos, estaban el código y el canal o medio. Este
esquema es obsoleto hace años. El medio no es el mensaje ni el receptor absorbe
como esponja lo enunciado por el emisor. Jacobson y Saussure fueron superados.
Osvaldo ya no puede leer una noticia en el diario y darla por cierta
religiosamente. El soporte papel, el medio, para él, tampoco significa realidad
fehaciente ni información fidedigna. ¿Por qué? Porque ya vivió bastante y
percibe cuando intentan venderle pescado podrido, porque no sólo lee prensa
impresa, sino que es público de otros medios y puede –o no- comparar el tratamiento
a determinado tema. Pero sobre todo, porque su realidad cotidiana, la que
configura el entorno en el que vive, no es la que le muestra la prensa.
Retomando a Aubenas y Benasayag, queda en manos de los periodistas hacer
entrar a ésa realidad, como a otras tantas silenciadas, a la representación que
a cada momento producen, ponen a circular y como todo sujeto, contribuyen a
reproducir infinitamente. Los discursos, en términos de Eliseo Verón, existen en
el seno de la vida social; es sólo allí donde cobran sentido y, por ende, el
único espacio donde la construcción de la representación de lo real, puede
cambiarse.
Así, el hábito de leer El Diario cada mañana será una instancia
consciente de diálogo entre maneras, diferentes o similares, de construir y
reproducir las condiciones que lo hacen posible. Resignificarlo o no, depende
de cada uno, de sus modos de ver el mundo, de su situación de clase, de género,
de su edad e intereses.
De la misma forma que los discursos y la
información del periódico de hoy; la relación con ellos también se fabrica.
Melina Villanueva.
ResponderEliminarComenzar con esa narración e introducir desde el comienzo un personaje la hace llamativa, es una pieza que invita a ser leída. Es de fácil lectura y pueden comprenderse bien los conceptos teóricos y referencias que introduce más allá de la narración del personaje. El título y los subtítulos resultan apropiados.