María Florencia Benítez Rausch
Periodistas de escritorio. Redes sociales y ese engendro del periodismo
ciudadano. Ida y vuelta de tweets y retweets entre quienes trabajan en un medio
y sus, hasta ahora y en teoría, simples receptores. Una manada que está al
acecho, pero más en la Web 2.0 que en la calle. Caldo gordo para los
apocalípticos: periodismo era el de antes.
Y es cierto. El de antes era periodismo. Pero por más que las reglas
hayan cambiado radicalmente en un lapso relativamente corto de tiempo, el juego
sigue siendo el mismo. El oficio es el oficio, aunque se hayan modificado las
herramientas.
La
implementación de la Web 2.0 con todos sus condimentos en la labor periodística
(o, al revés, la adaptación de la labor periodística a los condimentos de la
Web 2.0), supuso desde el inicio un corrimiento en sus dos límites básicos y
fundantes: el tiempo y el espacio. Podría decirse que con las publicaciones
online, los periódicos encontraron la solución a la caducidad innata de las
publicaciones impresas de noticias. La posibilidad ilimitada de actualizar los
portales minuto a minuto, con lo último de lo último, creó la idea de que ahí
entra todo. Por lo tanto, también se transformó la noción del espacio. No es
necesario ya invertir más dinero para publicar más información. Con colgarla en
el sitio web alcanza.
Esto
de la transformación del espacio genera que, al caber aparentemente todo en un
medio, se crea que cada quién puede entrar en la Web y hacer un recorrido
propio por el material periodístico que ahí hay almacenado. La accesibilidad de
la Red hace que exista mayor multiplicidad de voces en juego, eso es cierto.
Pero ¿no es siempre la voz de los medios más poderosos, de los más reconocidos,
la que prevalece?
Pongamos como ejemplo la idea del feedback entre periodistas y lectores
que se supone que existe a partir de diferentes dispositivos online. Esta idea
se basa en una lógica de doble construcción de lo noticiable. El productor de
contenido publica y espera. Alguien desde el otro lado responde. La teoría
indica que esa respuesta es significativa para el medio, y que en base a todas
las respuestas que recibe, hará o no modificaciones en su agenda. Craso error.
En
2016, los consumidores de medios masivos de comunicación no somos ya tan
crédulos como lo eran los de hace cuarenta, ochenta o cien años. Ningún
radioteatro nos haría entrar en pánico por creer que estamos atravesando una
invasión alienígena, como sucedió con la emblemática emisión de Orson Welles en
1938. Sin embargo, todavía conservamos la suficiente ingenuidad como para creer
que nosotros opinamos y debatimos sobre los temas que nosotros creemos
importantes.
Siguiendo con la cuestión de los comentarios abiertos al público al pie
de una noticia, creer que eso es feedback es una falacia. Pensar que por esa
simple acción estamos participando de la construcción de la información, forma
parte de esa ingenuidad que todavía nos queda. Porque, en definitiva, estamos
comentando sobre la noticia que está publicada. Estamos atendiendo al tema que
el medio nos dice que es importante en determinado momento. Hacer pública una
opinión en un formulario, para que aparezca debajo de lo que escribió el
periodista, no cambia en nada los roles. El que escribe, escribe sobre lo que
quiere y lo que le conviene. Sigue el recorte de la realidad que propone el
medio para el cual trabaja. Lo mismo pasa con los ciudadanos de a pié que
envían tweets a medios y profesionales de la comunicación. Puede que llegue una
respuesta desde el otro lado, pero la discusión va a ser siempre sobre lo que
está en agenda.
En
esta misma línea, también son frágiles los argumentos que sustentan eso que se
ha dado en llamar periodismo ciudadano. Sacar una foto y subirla a las redes,
no es periodismo. Grabar un video de un robo, por casualidad, con un
Smartphone, puede hasta servir como prueba en un juicio. Pero no, eso tampoco
es periodismo. Los periodistas pueden quedarse tranquilos, ningún ciudadano va
a reemplazarlos en su trabajo. Y los ciudadanos pueden también quedarse
tranquilos; ningún medio va a seguir la agenda que ellos propongan.
Pero
a pesar de los argumentos hasta acá expuestos, asistimos cada tanto al
espamento de quienes ven en la integración de prensa y Web un enorme peligro.
Los apocalípticos siempre existieron. Desde que el mundo es mundo hay quienes
anuncian su inminente fin. Y pasa igual con cada cosa que el hombre creó. El
periodismo no es la excepción. Hay quienes creen que en el acople de dos
medios, necesariamente uno va a prevalecer sobre el otro, y lo va a ir haciendo
desaparecer poco a poco. Y, al parecer, eso está mal.
El
periodista uruguayo Leonardo Haberkorn publicó en su blog, el 3 de Diciembre
del año pasado, una entrada donde declara que acaba de dar su última clase en
una Universidad. Al menos, dice, en una licenciatura en comunicación. ¿El
motivo? Sus alumnos ya no tienen la curiosidad por la realidad que debe tener
un periodista. Es, claramente un apocalíptico. Ve en el uso de la tecnología un
factor desfavorable para sus estudiantes. Cree que es eso lo que les quita el
interés por la clase. Pero si estamos diciendo que internet transformó las
reglas del juego, ¿no deberían ser las nuevas reglas, justamente, lo que se
enseñe en las cátedras? ¿No deberían ser formados los futuros profesionales
incluyendo eso que les está causando curiosidad en este momento? ¿No debería
ser esa misma curiosidad inherente al periodismo la que lleve a los
catedráticos de este campo a zambullirse en la Web? El miedo a perder a la
prensa tradicional en esa zambullida parece ser más fuerte.
Pero, en última instancia, ¿qué problema hay en que desaparezca la prensa tradicional? Si vivimos en un mundo cambiante, si el ser humano mismo es cambiante, ¿por qué no podrían serlo los medios de comunicación? En realidad, esta última pregunta no debería existir. La realidad se transforma. La comunicación no puede no hacerlo. Al fin y al cabo, el oficio va a seguir siendo el oficio, como dice al principio este artículo. Y las estructuras en las que se mueve, la matriz de poder que hay de fondo, no se ha modificado en nada aún, por más pseudoperiodismo ciudadano, hashtags y Trending Topics que nos ofrezca la Web 2.0.
Pero, en última instancia, ¿qué problema hay en que desaparezca la prensa tradicional? Si vivimos en un mundo cambiante, si el ser humano mismo es cambiante, ¿por qué no podrían serlo los medios de comunicación? En realidad, esta última pregunta no debería existir. La realidad se transforma. La comunicación no puede no hacerlo. Al fin y al cabo, el oficio va a seguir siendo el oficio, como dice al principio este artículo. Y las estructuras en las que se mueve, la matriz de poder que hay de fondo, no se ha modificado en nada aún, por más pseudoperiodismo ciudadano, hashtags y Trending Topics que nos ofrezca la Web 2.0.
Keila Udrizard: Una lectura llevadera y entretenida. La relación de la prensa y web 2.0 con el sentimiento de apocalipsis es pertinente y (para mí) divertida desde el título hasta el final.
ResponderEliminarLa definición de feedback con la ingenuidad del lector, da para el debate, sin embargo concuerdo con todo el escrito.