Por Ertze Peña Guerrero
Hay una invasión que ha estado en progreso
desde hace décadas. Sus fuerzas se colaron sigilosamente desde los espacios más
herméticos a la cotidianeidad hogareña y profesional. No hay escape de su
insoslayable avance. Extraterrestres monstruosos disfrazados como dispositivos
electrónicos que llegaron para apoderarse de nuestras vidas y cambiarlas para
siempre.
Nuestras más sagradas prácticas de
comunicación se han estado contaminado de su siniestra influencia. Escribir,
leer, ver la televisión, informarse, entretenerse, escuchar radio, mirar una
película. Nada está a salvo de sus viciosas garras. Miren a su alrededor.
¡Podría haber una a su lado justo ahora! La gloriosa civilización occidental
caerá y no será más que polvo por culpa de estás terribles máquinas del mal.
Tal vez.
Lo más probable es que no. Seguramente algún
desastre ambiental causado por el viejo y confiable capitalismo sea lo que
acabe con la civilización occidental. Pero en cualquier caso las ansiedades con
respecto al efecto de las tecnologías y los nuevos medios están teñidas con
este tono jocosamente apocalíptico en los detractores más extremos, o con una
desconfianza conservadora en los más moderados.
Una mirada crítica que revele lo problemático
y verdaderamente preocupante de estas prácticas es absolutamente necesaria. No
dejar pasar la influencia y los intereses que tienen los conglomerados y
megacorporaciones o el espionaje y recolección de información que los estados
realizan, por ejemplo, son algunas de estas preocupaciones. En cambio los
debates se dan en torno a críticas luditas que giran en círculos, aterradas
porque hay personas fuera de su control que realizan prácticas que no tienen
nada que ver con ellos. Y es francamente embarazoso ver a alguien asustado
frente a una computadora.
El miedo y el terror son fenómenos que la
ficción, en sus múltiples expresiones y formatos, ha logrado capturar y plasmar
con maestría. La literatura y el cine han logrado dar forma a aquello que no
nos deja dormir por las noches en abundantes monstruos, criaturas, espectros y
extraterrestres. El autor inglés de ciencia ficción, fantasía y terror China
Miéville argumenta que, para representar lo espeluznante y lo monstruoso, el
género del horror se apoya en dos pilares: lo espectrológico (del inglés
hauntological) y lo Raro (del inglés weird).
El primero, epitomizado en la figura del
fantasma (que Miéville separa del monstruo como categoría), está ligado a la
tradición gótica. La amenaza está muerta, enterrada, o reprimida, y se manifiesta
para poner en cuestión la integridad del presente, revelándola siendo carcomida
o sucumbiendo a la terrible inexorabilidad del pasado. Lo Raro, por otro lado,
no es viejo sino antiguo, no enterrado pero perdido, olvidado, o, idealmente
nunca cognoscible en primer lugar. Su verdadera naturaleza, sin embargo, es
exterioridad. Lo espectrológico viene de dentro de nosotros; lo Raro desde
afuera.
Si bien Miéville continúa su análisis con más
profundidad, explicando que estas diferenciaciones no son ni binarias ni
absolutas y que tienen posibilidad de ser intercambiables, lo potente de estas
categorías recae en que permiten mirar las raíces de los miedos sociales como
los estragos del pasado no resuelto y el rechazo a la otredad. Y en ese sentido
se puede entender las ansiedades dirigidas hacía los cambios tecnológicos como
un miedo afianzado en lo Raro.
Aquella otredad es una fuente de horror desde
las diferencias culturales más grandes a la sutileza entre la interioridad
personal y la de cualquier otra cosa. Las computadoras, los celulares y demás
dispositivos se vuelven artefactos de una complejidad misteriosa y arcana que
hacen cosas incomprensibles como herramientas y que engendran prácticas
culturales que se presentan como distantes, extrañas y poco sofisticadas, por
no decir estúpidas a los ojos del utilitarismo capitalista.
El miedo subyace también porque el otro es un
invasor. Los extraterrestres son expresiones de ese miedo. Usualmente representaciones
fundadas en el racismo y la discriminación o en los intereses políticos, los
alienígenas son culturas que vienen de lugares lejanos a atacar y destruir. La
película La Invasión de los Usurpadores de Cuerpos de 1956, cuyo final es la
base para la introducción de este artículo, expresa estos miedos en términos
del rechazo a la Unión Soviética en el contexto de la Guerra Fría y el
macartismo.
Lo otro. Lo que no es uno mismo. Que nos
invade, rompe estructuras, transforma y nos desafía. Internet y los nuevos
medios se manifiestan de esta manera. Ellos ponen en cuestión qué es la
objetividad, quienes tienen los poderes hegemónicos, qué es la información,
dónde está centralizada, qué es la veracidad, cómo son los tiempos, por dónde y
cómo se transmite, cuáles son las reglas de escritura, etc. Por esta razón se
vuelven un monstruo. Un invasor cuya complejidad tecnológica va más allá de
nuestra comprensión y que viene a tergiversar nuestras sagradas prácticas.
A los invasores no se los puede colonizar y
eso molesta. Molesta no poder dominarlos y forzarlos a hacer las propias
prácticas y usar las propias metodologías. El miedo a perder la pureza de la
escritura, del periodismo, de la fotografía, de la academia y de todo lo demás,
genera que se pierda de vista los puntos de contacto que hay con los
extraterrestres y lo que pueden enseñarnos. Es tal el pavor que se pierden de
enriquecer sus propios textos. Es difícil negar que incluir enlaces al ensayo
original en el blog de China Miéville o a videos de La Invasión de los
Usurpadores de Cuerpos no mejoraría este artículo.
Es tal la vehemencia que también se terminan
desdibujando a quienes se defiende cuando se está a favor de los medios
tradicionales. Las características de estos medios en la actualidad no solo
tienen que ver con si usan Internet o si siguen publicando en papel. Sino con
que han mutado en negocios que mueven mucho dinero y que tienen poder a la hora
de narrar lo social. La pretendida pureza de la práctica de escribir
profesionalmente no está exenta de la mugre que su posición política les
otorga.
Quienes escriben en publicaciones
profesionales hoy, independientemente de la calidad de su escritura, lo están
haciendo para un medio aún hegemónico; cuyos intereses tienen que ver con
mantenerse en esa hegemonía. Su escritura tiene que ver menos con investigar,
develar o narrar el mundo de una manera nueva. Mantienen el status quo
recogiendo noticias y aportando opiniones viejas como ellos.
En un mundo en el que existe Fox News y los
múltiples diarios y revistas de su dueños, en donde a National Geographic lo
compró una persona que niega el calentamiento global, en donde debatir en la
televisión sobre un asunto político se vuelve solamente una opinión más y se
acepta que machistas, racistas, homofóbicos y demás expresen sus opiniones como
válidas; es un mundo que requiere ser invadido. Una invasión que arrase y
cambie para siempre el tablero.
Ser invadido no va a dejar de ser una
experiencia traumática. Ser abducido y sondeado por personitas verdes con ojos
grandes va a dejar cicatrices físicas y mentales. La pureza del alma propia va
a mancharse con cada contacto cercano de cualquier tipo. Y lo mismo le va a
ocurrir a los invasores. Nadie va a salir ileso de un encuentro con lo otro,
con lo Raro. En ese choque de planetas está la clave para que se engendren
nuevos monstruos y fantasmas, hijos tanto de los unos como de los otros. La
cuestión está en permitirles la entrada; tentáculos y todo.
Juliana Gloker: En la introducción utiliza el recurso de la ironia, lo cual me resulto atrapante. Añade una brebe definicion del horror en el cine lo cual me resulta pertinente porque seguidamente relaciona los miedos que el cine captura en su géneros de horror con los temores que ocasiona en la sociedad o en una parte de ella el avance tecnológico, internet y los nuevos medios.
ResponderEliminarEl escrito deja ver una clara postura del autor con la cual concuerdo. Y me parece acertada la analogía de la invasión alienigena.